Fusilados en el Cerro de las Campanas Maximiliano de Habsburgo, Miguel Miramón y Tomás Mejía el 19 de Junio de 1867, las celdas que ocuparon en el Convento las Capuchinas como su ultima prisión, fueron objetos de la morbosa curiosidad pública, sobre todo la de Maximiliano.
Hasta ella se llego en tumulto, unas horas después de ocurrido el acto justiciero que la República había decretado.
La contemplación de aquellos desnudos muros, de ese piso polvoso y frío donde Maximiliano pasó sus últimas horas, hacían pensar en su vida, en sus ilusiones, en sus frustraciones, en sus fracasos.
Diversos sentimientos provocaba aquel trágico lugar, donde parecía advertirse el espectro del fusilado del Cerro de las Campanas.
Desbordaba pasión la época y nadie se cuidaba de expresar sus sentimientos; más aún todos querían dejar viva constancia de ellos, así que los muros encalados de la celda comenzaron a escribirse frases de índole diversa, conformes con la manera de pensar y sentir de los que escribían.
Algunos cristianos de verdad, condolidos por la tragedia de no por haber sido justificada dejaba de serlo, expresaron: “Haya tenido descanso eterno el alma de los tres muertos en el Cerro de las Campanas”.
Perdonando escribió otro: “Yo le perdonó la muerte de mi hermano, y cuanto sufri durante la guerra contra la Intervención Francesa y el Imperio”.
Serenamente apunto una más tarde: “Aun no se orea tu sangre en el cadalso y estando reciente el desastre Imperial nadie puede juzgarte sin pasión”.
Un erudito sentenció: “¡ Ay de los vencidos”.
Más esto dio lugar a una polémica graciosa, llevada a los muros de la celda del soñador intruso.
Hacía 1871 llego a Querétaro un viajero de nombre Francisco J Delgado, probablemente zacatecano de origen.
Siguiendo la costumbre de moda visitó la celda de Maximiliano y fanfarrón se anticipo al corrido queretano, suscribiendo: “El Cerro de las Campanas espera que venga otro ambicioso”.
Para mala suerte de Don Francisco vino a Querétaro el 14 de octubre de 1871 Don Jesús Díaz González, que sin duda conocía muy bien a Delgado y la muy segura cola que podía pisársele, así que ofendiendo a la poesía y a la reglas de la versificación escribió:
El señor F Delgado
Que insulta al héroe finado
Es un ente desdichado;
Yo lo digo sin enfado
Que es un mísero bandido
Del pueblo zacatecano.
Pasaron los años y llegó 1874, retorno Francisco J Delgado a Querétaro y volvió a visitar la celda de Maximiliano.
Era el primero de marzo de 1874 cuando lo hizo; leyendo las frases estampadas en los muros y en libro de visitas pasó largo rato.
Estaba contento, porque muchos con el coincidían, pero de pronto saltaron los versos de Don Jesús Díaz González los que le llevó con estupor.
Pero no se inmutó, volvió a la serenidad, con flema inglesa mas que con furor mexicano que debió inclinarlo a tachar los versos, tomo su lápiz y escribió, sin siquiera mover alguno de sus músculos faciales.
Podría creerse que soltaría en improperios contra Diaz Gonzalez mas no; solo lapidariamente escribió: “¡Todo es mentira!” y salió con la cabeza erguida.
Información proporcionada por el libro Anecdotario de Querétaro del Archivo Histórico del Gobierno del Estado de Querétaro.