Leyendas: La Señora de la Cal en San Judas


Comunidad San Judas en León, GuanajuatoCuentan los abuelos que hace muchos años llegó a estas tierras de San Judas, comunidad perteneciente a León, Guanajuato, un pobre hombre con su familia y grandes esperanzas de prosperar. Era labrador de oficio, y eligió la cima de una de las lomas cercanas para construir su casa y sembrar.

Había mezquites que le darían leña y comida, magueyes para sacar aguamiel y hacer pulque, nopales para comer y para las tunas, pastos para su ganado y muchos animales que podría cazar, sólo le faltaba el agua, y para eso excavó un pozo en la falda de la loma.

Todo parecía bien, su familia estaba contenta y a diario desmontaba y preparaba la tierra para sembrar; llegaron las lluvias y su milpa nació, creció y se levantó una buena cosecha, pero a medida que pasaban los años fue menor la producción, hasta que sólo cosechó rastrojo. Cada día le costaba más trabajo sostener a su familia.

Una noche en que descansaba, para seguir al día siguiente con su jornada, escuchó el aullido de los coyotes más fuerte, sintió que el viento era más helado,    y que la tierra crujía como si algo de muy abajo hiciera lo imposible por salir. Salió el sol y todo siguió igual, pero al llegar la noche el ruido era más fuerte; se levantó para ver a sus hijos, creyendo que estarían llorando de miedo, pero no, dormían tranquilamente. Después de varias noches una luz se acercó a la puerta, los rayos que se filtraban por las hendiduras alcanzaron el rostro del pobre hombre, y éste despertó asustado.

Una suave voz de mujer lo llamó por su nombre: «Matías, Matías, quiero hablar contigo». Rápidamente se levantó, se envolvió en una cobija y tomó su machete, abrió la puerta y el resplandor casi le produce un desmayo, pero recobró fuerzas al ver que era una joven que estaba sentada en una piedra blanca la cual le decía:

«Matías, no tengas miedo y acércate; mira que te voy a entregar una gran fortuna para ti y tus descendientes». Con una mano lo invitó a sentarse sobre otra piedra y siguió hablando con el: «Al venir a este lugar esperabas encontrar la fortuna y una vida próspera, pero no la encontraste porque la riqueza no nacerá de la tierra, sino que es la tierra misma».

Matías dudó y preguntó: «¿Acaso un tesoro enterrado?», a lo que la misteriosa mujer le contesto:

«No, no es oro ni plata, sino la noble piedra de la cal». «¡La cal!» dijo sorprendido el hombre, a lo que la mujer le respondió: «Sí, la cal, con la que harás tu fortuna. Y yo te voy a decir cómo: mañana excavarás junto con tus hijos un gran hoyo, con un ancho de dos veces tus brazos extendidos y una profundidad de un poco más de tu altura, y le darás la forma de un cántaro. Al sur harás otro en forma cuadrada y retirado del primero lo que tiene tu brazo extendido, luego los comunicarás por medio de una bóveda. Ya terminados, los revestirás con adobe o piedra de fuego y cuando hayas terminado me llamas y te seguiré diciendo lo que tienes que hacer».

A la mañana siguiente Matías creyó que era un sueño e hizo poco caso; hasta el tercer día por fin se puso a excavar. Era tan hábil y rápido que lo terminó en dos días. Su esposa creía que estaba loco, pero no dejaba de alentarlo y ayudarlo al igual que sus hijos. Ya caída la tarde toda la familia se reunió para llamar a aquella joven de quien su padre hablaba maravillas, pero no sabían su nombre. De pronto uno de los niños gritó: «¡Señora de la Cal!, ¡Señora de la Cal!», y al instante de una gran piedra blanca empezó a salir una luz, creció y creció hasta que se pudo apreciar la figura de la joven mujer diciendo:

«Matías, ¿por qué dudaste? ¿Acaso no te voy a entregar una gran fortuna?», a lo que Matías respondió: «Sí Señora, pero todo me parecía tan bello que creí que era un sueño. Posterior a esto, la mujer procedió a darle nuevas indicaciones:

«Bueno, ahora irás a la cima de la loma y quitarás la capa de tierra que cubre las piedras de cal, luego elige las que estén más duras y dales forma con un marro; éstas te servirán para que hagas una bóveda dentro del horno. Luego, poco a poco, ve llenándolo con piedras más y más pequeñas. Cuando hayas llenado el horno, le pondrás fuego por dos días y medio y al término de este tiempo la cal estará lista para la venta».

Es así como la Señora de la Cal bendijo a los caleros de San Judas: «Vendrán ricos y pobres, unos con carretas, otros a pie y otros en burro a comprar la cal que ustedes fabricaran; con ella construirán casas, templos y palacios, y hasta el más humilde de los hombres gozará de esta riqueza cuando coma tortilla».

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