Voladores de Papantla

Los Voladores de Papantla: Una Tradición que Continua


 

Voladores de PapantlaEn este sitio mucho se ha hablado acerca de las Tradiciones Mexicanas, siendo una de ellas la de los Voladores de Papantla, por lo que pongo una nota de periódico que vi el día de hoy, donde se habla un poco mas del tema y de como a pesar de los tiempos que corren, hay tradiciones que persisten:

Son una parvada de polluelos que buscan aprender a volar como sus antepasados mesoamericanos. En el corazón de la nación totonaca, los más pequeños —de 5 y 6 años— y los más avanzados —de 17, 18 y 19—, intentan surcar los aires y rendir tributo al padre Sol y a la madre Tierra.

En pequeñas chozas instaladas en el Parque Temático Takilhsukut, ubicado a unos cuantos metros de la Pirámide de los Nichos en el Tajín, un grupo de crías totonacas reciben los consejos de los mayores, esos que llevan más de 29 años portando la casaca que los identifica como Voladores de Papantla.

De la mano del maestro Cruz Ramírez Vega, los descendientes del pueblo indígena que tuvo su mayor esplendor entre los años 300 a 1200 DC (Después de Cristo), aprenden el ritual para pedir a sus deidades
suficiente agua y cosecha.

 

“No tengo miedo a la muerte, porque es algo que ya lo traigo en la sangre… tal vez por eso”, afirma Marco Herrera, de 19 años, quien desde hace siete forma parte de una nueva generación de Voladores.

Originario de la comunidad de Agua Dulce en este municipio papanteco del norte de Veracruz, su corazón se llena de alegría y felicidad cuando en lo más alto del palo rinde tributo al Sol y a la Tierra.

“La primera vez que volé sentí pánico porque no sabía qué era lo que pasaría, es un sentimiento extraño, no se puede explicar… es un orgullo ser volador”, afirma en la Escuela de Niños Voladores que hoy tiene a 50 discípulos.

Los pequeñitos, algunos de 7 años que ya treparon al palo de 18 metros de altura, buscan no sólo volar como los pájaros, sino preservar para sus comunidades y el mundo entero toda una tradición que en el año 2009 fue declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Sus enseñanzas son los sábados. No sólo se trata de emprender el vuelo, lo primero es aprender el dialecto
totonaca de la mano de dos maestros. Si no se habla como los hacían sus antepasados, es impensable siquiera intentar subir al palo del ritual.

“La ceremonia ritual data de muchos años, es para pedir al padre Sol que es una deidad para nosotros y a la Madre Tierra para que se pueda fecundar y pudiera traer alimentos en la cosecha y, por otro lado, para que no haya sequías y prevalezca la lluvia”, afirma Marco, un chavo de piel morena.

Como parte de la celebración se utiliza un “palo volador” de diferentes alturas (18, 20 y de hasta 30 metros) donde se coloca una pequeña base de madera, una cruz y un pivote. Ahí, cinco hombres indígenas danzarán y tocarán música para rendir tributo a sus dioses. Todos, sin excepción; niños, jóvenes, adultos y viejos, conocen a la perfección el significado de cada uno de los movimientos.

“El Caporal, el hombre que se ubica en medio, cuando toca el tambor y la flauta simboliza el canto de las aves y el sonido de los truenos, crea un lenguaje único para comunicase con el Sol, para pedir nuestras plegarias”, explica el joven.

Al descender los voladores colgados de una cuerda giran 13 veces cada uno de ellos, que multiplicado por los cuatro voladores da como resultado el número 52, que simboliza el ciclo del Calendario Maya.

“Cuando nosotros descendemos empezamos a regar la semilla que se nos concede, por eso volamos con las manos abiertas hacia abajo porque vamos sembrando las semillas”, dice mientras el pecho de Marco se hincha de orgullo.

—¿Qué, tienes miedo?, cuestiona con voz firme Don Francisco Hernández mientras mira fijamente al pequeño niño ataviado con su calzón de manta y sus botines desgastados en color negro.

Tiene 46 años de edad y un rostro que denota un cierto espíritu de travesura. “Para esto”, le dice al chiquillo, que mira a sus amigos treparse a lo alto del tronco, “se necesitan huevos”. Luego suelta una gran sonrisa.
A nadie se obliga a volar. La motivación como todo en la naturaleza, tiene que surgir de lo más profundo de cada ser.

“Poco a poco ellos van intentando; lo importante es que insistan en concebir lo que ellos quieren, por eso siguen estando en la escuela, ellos deciden en qué momento subirse al palo volador”, explica, ya en tono serio, uno de los maestros.

A pesar de llevar 29 años atravesando el cielo como Volador, rechaza ser calificado como uno de los profesores de las nuevas generaciones. “Soy un discípulo”, ataja con humildad. Sabe que para ser El Caporal (Volador que coordina el ritual sin estar amarrado en lo más alto del palo), se necesita más que ganas y valor.

“Transmitimos los conocimientos que nos dieron nuestros abuelos, pero para ser Caporal necesitas algo más específico: de cada cien niños pueden salir tres o cuatro porque tiene que tener el don como dicen los abuelos, el don es algo que ya viene en la sangre, vienen con su estrella de ser Caporal”.

Proveniente de la comunidad de San Lorenzo, les enseña la lengua materna, pero también los cinco sones que se requieren para iniciar el vuelo: el Son de la Calle, el Son del Perdón, el Son de la Reverencia, el Son de los Cuatro Puntos Cardinales y el Son del Vuelo.

“Nuestro ritual tiene que ver con la cosmovisión, tenemos los elementos que generan la vida, en este caso al Sol como padre masculino y a la Tierra como madre femenina y el Palo Volador es la unión cósmica para que haya fecundación en la tierra”, refiere.

Información tomada de El Universal

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